lunes, 28 de mayo de 2018

II

Sobre el pecho pálido, tengo a un niño dormido,
De espíritu viejo y tan blanco como el lino.
Descansa, manso, sin hacer apenas ruido.
Su pelo se mueve al compás de mis suspiros.
Estoy cansada y no sé cómo decírselo,
Que yo acarreo esta pena y ya no vivo:
En la marejada del pensar me he perdido.
Tengo el cerebro embutido y derrotado,
Ideas van y vienen sin orden, tan hastiado.
Pero el niño duerme sin notarlo.
El niño se aferra a mi cintura, soñando.
Mientras yo pienso en cada euro gastado.
Mientras las lágrimas resbalan hasta el regazo.
El niño sabe que no tengo futuro
Pero no se atreve a pronunciarlo.
Él solo duerme, tranquilo y descansado,
Sabe que no tengo ni un duro.
Él dice que quiere cuidarme
Pero sabe que no quiero depender de nadie.
Que soy feliz acariciando su espalda,
Recorriendo sus mapas lunares,
Cada peca, lunar, cada constelación.
Con que pase su mano bajo mi falda,
Que me clave la mirada como puñales,
Con el silencio de la desesperación.
Y tras estas pestañas
La maquinaria trabaja.
Sin descanso, sin salida.
El niño no despierta,
No sabe la angustia que tengo cada día.
El hambre, el nerviosismo, la lucha interna.
El sueño, los problemas, duele la vida entera.
Sólo aprieto su mano contra mi esternón,
"Respira, tranquila, calma el corazón".
Mis párpados caen, el pulso desciende.
Él exhala, y dice gravemente:
"Tranquila, niña, duerme".