Caminas descalza sobre tus cristales rotos, lanzando besos al aire, creyendo que la sangre que brota de tu piel blanca son pétalos de rosas rojas florecidas un ajado octubre que ya expiró. Vas con tus palabras que nadie entiende, formulando una retahíla sin sentido alguno, un amuleto, un ritual, una nana que no puedes cantar. Estás tan jodida que no puedes mirar la luz que cae sobre su mirada, su sonrisa que te atraviesa como una espada. ¿Cuál ha sido el órgano putrefacto que le ha encandilado?
Voy a pedirte perdón.
Y aún así, a pesar de todo esto, quieres estar entres mis sábanas a oscuras, con luces, con rituales de humo y caminos de fuego. Con velas o sin ellas, dándome besos de madrugada o al despertar. No puedo evitar sentirme idiota al notar esas mariposas abrirse camino cuando mis ojos se cruzan contigo. No es bonito, es estúpido.
Sigo desangrándome a martillazos las ideas, pidiendo que este dolor, esta inseguridad, acabe ya, que yo ya no puedo más. Yo no tengo intención alguna de disparar la flecha que desenlace tu fácil descenso a la oscuridad. Pero recuerda que soy la chica que mientras llora vomita tinta negra sobre tus páginas, soy la pálida silueta que choca tambaleante contra tus palabras, la que ahoga el sufrimiento en alcohol. Soy esa idiota.
Nunca debiste de mirar con ternura a la sombra que calza mi espalda.