martes, 13 de enero de 2015

Nunca es mi nombre

Buenos días, sol naciente. Buenos días, qué ganas de verte, que bonito recibirte de mañana, que bueno que te acuerdes de mi estelada. Hoy madrugué en la mañana para saludarte, invitarte a café o si prefieres, chocolate. Madrugué para verte y soñar despierta con besarte. Y es que en la mañana soy más sensible a tu sabor a sidra y a la maleza del mirarte.

Quiero que tomemos otra vez cerveza de mañana, cantemos una vieja canción de folk. Quiero poder decirte que deseo que dormir a tu vera, que quiero sujetar tu sueño entre mis manos y entre las velas,
que esta tarde ya no habrá dolor. Voy a decirte que soy una historia vieja que aún no conoces, que mis cubiertas están gastadas y dolidas. Soy una chica de ojos tristes, que aún no ha encontrado a quién quería.

Y de nuevo, a la mañana, saldremos a la calle, con un fuego latente, un incendio incontrolable, un deseo irrefrenable de intentar cambiar el mundo, de intentar deshacer el nudo. Y cuando pongan su fusil contra mi garganta, querré cerrar los ojos e imaginar que estás a mi lado, que la reuma de tu recuerdo se levanta. Que gritarás para nombrar "que a la lucha sigue la libertad de mi compañera". Que el viento del pueblo se levante y forme una marea, una marea llena de pobres que quieran cambio verdadero y caminen distinto, y que luego, sobre la victoria, brinden con especias y vino. Que la guerrilla prosiga, que la lideren las tierras y sus hijas, que les guíe la valentía buscando su propia justicia.

A la mañana, cuando despierte con cuarenta barrotes escupidos a la cara, no habrá candado sin llave ni cerradura que me abra. Y soñaré, soñaré despierta y descalza con reposar mi cabeza sobre la hendidura de tu pecho, llena de trastos, tristezas, cerillas y muebles viejos, rezándole al viento para que me convenza de que es la mejor almohada. Los ratones y el frío harán de mí su hogar, y cuando no lo soporte más, dirán que soy la cuerda que hace falta para respirar. Y mi piel será gris y escarchada, y a falta de besos, tendré traperas puñaladas. Pero llenaré mis pulmones de aire una vez más, sacaré fuerzas del vinagre de sidra para poder resistir al veneno de agua santa con el que llenan la panza de sus balas.

De mañana volveré a despertar entre delicados rayos de luz, seré la puta santa crucificada por éxtasis en su cruz. Seré la madre del hambre, la protectora encomendada del pobre. De domingo seré Santa Bárbara con dinamita en el pecho, a punto de estallarme el alma porque te echo de menos. Y de la que salte con el viento, me liberaré, purificada y bendecida por dentro. Volveré a dormir en las frías nieves de enero, volveré a buscar un libro que leer entero. Me quedaré esperando -gastando tiempo, gastando minutos- a que el sol que se refleja en tus ojos se quede quieto y desate el diluvio. Que el agua riegue nuestros campos, que mueva montañas, que forme protestas. Que una a personas y diluya todas sus diferencias. Que hagan amainar la tormenta de la pobreza.

Mañana resucitaré, con cuentas en el cuello y copazos de ginebra, volveré vibrante predicando que estoy viva y sedienta. Y me perderé en la marea de cuerpos, recorriendo la calle sin brujos ni mapas, sin huesos de chamanes, cuyo espíritu del mal siga protegiendo, para el norte sin descanso, siempre subiendo. Al paso se me formarán una orgía de olores y sabores, del humo y sal de tu cuerpo, de maullidos que entre cartas revelan a los perdedores, de la cera que de la piel se va desprendiendo, apurando mi pequeño fuego, la llama y el dulzor que a mí me tienta. Y cuando el miedo me alcance, sabré que habré llegado al lugar de la desesperanza, a un sitio que se impacienta por rebuscar en mí las respuestas. Y allá entre colinas de ceniza, veré tu silueta, con la boca tapada y la espalda descubierta. Iré corriendo a buscarte en la tarde y a trepar por entre tus venas, pero lo cierto es que ya no quieres depositar tus besos entre mis piernas. Yo ya no estoy a tu lado, estoy exiliada como compañera. No volveremos a hacer el amor bajo un olivo, porque ya estoy bien lejos, en el frío olvido. Y acabaré empapando las caricias de tu espalda del recuerdo con los ojitos cerrados, rizando las pestañas sin ganas, siendo la mala hierba que desea abandonar su cuerpo.

Ya no son mis horas, ni mi destino, ni la brecha abierta que resiste al cataclismo de un torbellino. Nunca es mi susurro ni mi anhelo, porque nunca es mi nombre.