domingo, 7 de septiembre de 2014

Teléfono rojo

La mano pálida alcanza el teléfono rojo y realiza una llamada en secreto, por la noche y a susurros.

Hola, soy yo, la chica que hace diez meses y medio que no ves. Soy la chica a la que llamabas pelirroja con toda la ternura que cabía en tu sonrisa, sonrisa que acababa coloreando mi nuca como si derramases zumo de frambuesas sobre ella; la chica de la que parece que te has olvidado. No te culpo, has estado ocupado resolviendo tus problemas y trabajando, y sé que entremedias te quedaba poco tiempo y que decidiste emplearlo en tiempo para ti y tus solitarios pensamientos. Hace mucho que no nos vemos, hace mucho que no hablamos, hace mucho, mucho, que no soñamos y, mucho más aún, que no jugamos. Ojalá todo fuese como antes. O mejor, o poder cambiarlo, así intentaría cambiar los momentos vacíos en los que tú no has estado.

Sé que es tarde y ya estás dormido, o quizás estés cuidando de tus plantas o recuperando con otra persona el tiempo perdido. Quizá me haya equivocado de número y esto sólo lo escuche tu madre, o peor aún, esté hablando a solas con el contestador. Pero tampoco me importa tanto, porque es como dar un pasito más cerca de tu bonita voz.

Reconozco que te echo de menos, a ti y a tu mirada verdosa atigrada, a tus dedos por mi columna y como de repente desviaban su trayectoria hacia mis costillas, buscando mi atención. ¿Recuerdas tu camisa rota colgando del balcón? Y nosotros ahí desnudos, tendidos en el suelo, riéndonos como críos, fumando sin control. Ahí me dijiste que aunque aquí siempre lloviese, te encantaba este lugar, porque así tenías la excusa perfecta para palpar el sol naciente de entre mis piernas. Y en la primera verbena de verano en la que nos volvimos a reencontrar, nos dimos miles de besines en el cuello que descendían hacia mi ombligo como una hilera de hormigas, fumamos, hablamos y bebimos unas cuantas birras, hasta que nos volvimos a separar, sin dejar señales ni migas de pan.

Puede que no estés siempre a mi vera, pero apareces cuando lo necesito, como el otro día, que en sueños me pediste irme a vivir contigo delante de tu familia y amigos. Quiero volver al estanque donde jugábamos cuando eramos pequeños, quiero que ahí me abraces y me digas que en ese instante el mundo es nuestro, aunque huyas del compromiso como de la peste, aunque te de miedo que te digan "te quiero". Quiero que cuando vuelva a tener una caída con dos metros de trayecto y sierras y cuchillas acompañen el descenso, sea tu colchón el que me recoja; y que cuando mis pulmones griten del dolor, seas tú el primero en oír ese sonido hueco lleno de quemazón.

Que el sonido seco y sordo de tu tos acabe por mezclarse con el almizcle de mi garganta, porque la puerta cerrada de tu habitación a oscuras no quiere ver más avalanchas. No vuelvas a hacer de tu sillón un fuerte aislado en el que sobrevives a base de pizza recalentada y ciencia ficción, estás tirando todo tu tiempo por la borda y a los veinticinco no puedes pedir tu prejubilación. Vives constantemente en un jardín de días verdes, buscando relajarte mientras fumas la pipa de la paz. Sólo te faltan las alucinaciones, la armadura y los molinos para pedirme que sea tu Sancho, que ande tu camino. Y es que vives en una utopía que corta el riego de la sangre de tu propia vida; y si no sabes vivir sin ella, no te preocupes, yo me mudo contigo, que el horizonte me haga caminar siguiendo los restos de tus hilos.

Me da miedo ocupar toda la cinta de tu contestador y que me queden cosas por decir, que no reconozcas mi voz -como tantas veces te ha pasado- o que borres directamente este mensaje. Pero aquí estoy, una vez más, esperando a que Rocinante deje de correr veloz por tus venas. Despierta de una vez, pequeño fantasma, te hablo para que le des una vuelta de tuerca a tu cabeza. Y si estallo en retales de carcajadas, es de puro nerviosismo, porque no tengo respuesta. Porque he perdido la electricidad de mi mirada en el fondo de tu armario, la chispa de mi imaginario se quedó resbalando por tus vasos. Y mi estabilidad ha salido huyendo a esconderse del hombre del saco.

Y aún así, sólo una quinta parte de ti me echa en falta, las otras cuatro parece que me tienen obnubilada. Me da miedo caer en la bruma de tu olvido, como quien nada en las lagunas mentales sin rumbo tras una noche de borrachera. No quiero volver a caer en esa escollera. Pero me quedaré en silencio, quiero evitar a toda costa esa mirada tuya de inconsciencia.

Voy a colgar ya, empieza a colarse el sol por mi ventana. Ojalá oigas esto y salgas a la calle a buscarme, andes montañas y esquives ramas por recordar mi cara. Adiós, espero que no te desvele la mañana temprana junto con el olor de la canela en rama.

Cuelga el teléfono rojo sin poder besar a nadie, por el simple hecho de que la han robado hasta el aire.