miércoles, 13 de agosto de 2014

Noche fría

"Buenas noches, pequeña, duerme bien y sueña cosas bonitas"
"Duerme bien tú también"
"Dormiría mil veces mejor si estuvieses aquí conmigo"
(...)

Y en medio de la tormenta de recuerdos sales a navegar, en tu barquita hecha de humo y sal. Y vas a la deriva y sin saber remar, te vas salpicando de agua limpia que no quiere respirar. Y como avanzas entre sombras, has usado como paraguas tus pestañas rizosas, largas y anhelantes como cuerdas de rescate. Qué miedo te da morder el anzuelo una vez más, que pánico apabullante le tienes a eso del amar.

Y continuas con tu viaje, respirando el polvo que hay en el aire, escondiendo entre tus escamas los recuerdos de conversaciones heladas. Ves miles de tesoros bajo tu barca, pero el más importante ahí no se halla.

Y lanzas la caña al agua, a ver si pescas alguno de tus recuerdos, y el sedal recoge de entre ellos el que más dolor te causa. Es la sombra de un hombre de veinte años y ojos verdes, y lo rescatas del abismo aunque sus acciones te hieren.

Tiritando entre tus manos, todo vuelve a la cabeza como un puzzle, encauzando un río hacia lagos, siendo el olvido a la cara quien te escupe. Vuelves a esa fría noche de noviembre en la que él está ante tu puerta pero no escala hasta tu ventana porque le da vergüenza.

Tú estaba en la cama, acurrucada entre tus sedas, ignorando todo lo que ocurría fuera. Descorazonada y rota, lloriqueando como una niña tonta, desbordada por el dolor que te causó otra persona, te asomaste a la calle traidora y oíste ahí los pasos sigilosos de una mirada iluminadora.

Y no le viste, porque por vergüenza se refugió en su coche, llevando mil mensajes dentro de su camisa, con una tímida sonrisa y sin ningún reproche. Y aún te preguntas el por qué, el qué ocurrió, qué se sentía al huir, por qué te olvidó. Sabes que fue tu salvavidas una vez y que te aferraste a él como a un clavo ardiente, le metiste a escondidas tus palabras entre los guantes, como si de una botella flotante y a la deriva se tratase. Y ahora te culpas a ti misma de sólo haber compartido tu almohada con su cuerpo en sueños, de no haberle dicho que si se hundía, podía agarrarse al sol naciente de entre tus piernas, de no susurrarle que su aliento para ti es un anhelo, de no haberle podido regalar una tarde contigo entera.

Quizá habría sido mejor entregarle a escondidas un reloj con la opción de autodestruirse, así realmente hubieses sabido si él querría probar las frambuesas salvajes de tus labios, si realmente le habría dedicado minutos y minutos a tu piel para nutrirse o si simplemente habría cogido su tabaco y se habría largado. Pero ahora no sabes nada, pequeña niña azulada, porque no sabes si el agua ya ha llenado sus pulmones o si su vida continúa respirando tras de ti, como hace diez meses.

Porque con todas esas verdosas libélulas que acuden a tu alrededor, viene a tu cabeza aquella vez en la que, sin querer y de manera inocente, él besó tu cuello y oyó como tu sangre era bombeada por un ruidoso motor. A oscuras, te abrazaste a su cuerpo, como cuando eráis pequeños y os reconciliabais después de pelearos por los bollos de mantequilla, y él fuertemente te estrechó contra sí, porque para él no eres ninguna estrella que ya no brilla, eres la esperanza que le da vida.

Y mientras tú besas su boca de almizcle, mientras soplas entre sus pulmones como un fuelle, su sombra va despegando sus párpados que te devuelven esa mirada atigrada y verdosa que tanto te gusta, y esos ojos te están pidiendo que te quites la ropa y desembarcar en el muelle, porque quiere ver tu piel blanca y que le muerdas con tus dientecillos de duende.

Y va besando tu esqueleto, como en los finales censurados de cuento, susurrándote al oído cosas que resucitarían a cualquier muerto, pero te mira y dice que con que estés frente a él se da por contento. Remas, remas y sigues remando, porque la tormenta ya ha amainado, tu cuento ya ha empezado y es de esos que merece la pena no seguir contando por miedo a estropear el final con un tópicazo.

"Nunca te lo he dicho, pero siempre me has gustado. Desde que eramos críos."
"Vaya."
"Que sosa eres, de verdad. Lo llego a saber y no te digo nada."
"No, es que no hace tanto, me di cuenta de que tú también de siempre me has gustado."
"Entonces soy afortunado."
(...)