lunes, 28 de abril de 2014

La desconocida de los tejados verdes

En una noche oscura y negra rondan, ocultas entre la bruma, miles de centellas. Y al ser yo la única en la oscuridad que brilla como una vela, con el pelo de fuego y diminutas pecas, he perdido mi nombre entre tanta ceniza y cera. Hay todo un vecindario a mis pies, con sus diminutas motas de ignorancia, las cuales gritan "¡llama a la desconocida del tejado Ana!". Me han desposeído de mi vida por el simple hecho de pasearme de noche por un tejado verde, y me han convertido en una persona de libro que nunca leeré. Podría haber sido perfectamente la Beatriz de Dante si hubiese dejado mi curiosa afición aparcada a un lado pero es totalmente enigmático el poder observar desde un precioso tejado.

Caí en ese remoto lugar por casualidad, como un frasco de pimienta sobre un postre dulce, leyendo páginas de Galeano y mostrando que sus palabras me engullen. Pero si dijera que en mi maltratada maleta sólo hubiera libros, no diría la verdad. Hay vinilos de Siouxsie Sioux, frascos de soledad y trozos del fantasma confidente que juega a la rayuela. Cada vez que la abro, salen a la luz todos los males de Pandora, además de los secretos que ocultaste bajo la alcoba. Todo se reduce a jugar con una sombra y con la posibilidad de si lo que siento se llama soledad. Juego sobre un alto tejado de tejas verdes a observar y reflexionar. Podría ser un búho en mitad de la noche, lleno de sabiduría y con un bonito plumaje, que pasa desapercibido a causa de su silencio. ¿Por qué les molesta que deambule descalza sobre un tejado cuando no les importa mi salud? La hipocresía moral humana pringa todo este agujero, haciéndolo más vomitivo aún. Todos hablan por hablar y nadie se para a pensar.

No se les ha ocurrido que quizá yo sea una fugitiva de mi pasado, que huyo porque mi pareja me ha violado. No han entendido que por andar descalza no soy una prostituta, sólo soy una persona dañada y sin blanca. Soy una muñeca rota con el alma fragmentada. No quiero su caridad corrompida ni su sucio dinero, sólo quiero contemplar la vida desde las tejas verdes, sin compañía ni mensajes. Quiero ver morir los días desde las tejas, sucumbir al sueño bajo las estrellas. Quiero ser el núcleo de la brisa que transporta y mezcla miles de olores e historias.

Aunque no quiera recordar, no olvido lo mucho que duele amar. Sale a relucir el dolor con cada estrella fugaz, se me abre el pecho en medio de la noche porque vislumbro en él el reflejo de las agujas de tus tacones. Aunque el frío y la niebla me cubran con su manto espectral, la herida arde y no hay cura.  Cada vez que mis párpados caen, tengo miedo de volver a verte, de que me hagas daño, de que hagas que desee volver a tenerte.

Huí de ti, como siempre. No puedo amarte, soy totalmente diferente, soy una necrosis a extirpar de tu piel. Te abandoné queriéndote, porque yo no me podía querer. Cada vez que me besabas me sentía aún más desgraciada que Baudelaire.

Y benditos rayos, que me despiertan, gracias vida por consumirme y hacerme sentir sedienta, porque si voy a arrastrar penas, mejor llevar cadenas. Aunque de ti no me haya despedido y no te haya querido como tú querías, te he amado en silencio, a mi manera y a mi medida. Y ojalá que estas palabras vuelvan a quedar en el fondo de una botella, mientras bailo descalza en el borde de un tejado verde, mientras la adrenalina asciende por mis venas, mientras me dejo caer a un lado de la carretera. Acabaré huyendo de nuevo, seguro que de este hoyo ignorante, rumbo a otro lugar más desierto y exuberante, sin despedidas, señales ni ruegos.

Me llevo a Siouxsie, avanzando entre tinieblas por miles de tejados, deshojando miedo y sentimientos, contándole mi auténtica vida al viento. Y si estas palabras no acaban por hundirse, espero que golpeen en la noche contra tu ventana y que al entrar en tu cama, sequen tus lágrimas, que sepas por qué salí huyendo y que quizá algún día me arrastraré por tu tejado como un gato solitario. No te metas en líos y disfruta de tu vida, porque daría la mía por una de tus sonrisas.

Pero las cosas son así, soy un espíritu libre al que le gustan los tejados verdes, que viaja con una vieja maleta porque besos de tinta para ti ya no le quedan. Soy Ana, de los tejados verdes, la ficticia, la que camina descalza y la que colecciona cerillas para intercambiarlas por estrellas y sus estelas, mientras desaprovecha sus días.