miércoles, 1 de enero de 2014

Recuerdos en brumas

Moverse entre estanterías, en silencio, como una sombra exhalada de un oscuro y amargo cigarro; eso es lo que hago. Hoy es otro día lluvioso y triste en el que me da por recordar y contarle al mundo como era la columna vertebral que sujetaba mi vida. Mis recuerdos envueltos en brumas y bamboleos, despiertan con el sonido de tu risa, fresca, risueña, sin precio y complicada, como tener un buen día. Es un bonito despertador.

Tocar el cristal de la ventana me recuerda a como pasabas tu mano heladora por debajo de la mesa en cualquier elegante y aburrida cena, buscando mis piernas, leyendo la contraseña que te invitaba a celebrar la primavera dentro de mi cuerpo. Y no sólo eso, los atracones de verano acompañados de helado, en los que los paseos finalizaban en cualquier campo abierto con puestas de sol fundiéndose en nuestros cuerpos, y mordiscos y besos llenos de los versos más bonitos del universo.

La sumisión a la vuelta de los recuerdos me remite a las estrellas que había en el techo de nuestro pequeño cielo de cemento, a nuestra cama y a los cristalizados ceniceros que había en la mesilla. Todas las noches, yo acababa a horcajadas, encima; no eran fáciles nuestras vidas y por eso estaban cosidas con agujas sufridas. Pero a mordiscos te arranqué todas esas páginas llenas de historias dolorosas que tenías marcadas en la piel.

Siempre a oscuras y entre lágrimas, en esas noches sin historias, me acurrucaba contra ti, sin trucos y sin magia, sin flores de alhelí.

Y estallaste en carcajadas cuando al oído te confesé que yo sólo era un disparate imperfecto, una fantasía llena de acidez. No te dabas cuenta de que tanto caos y tanto desorden del que disfrutábamos iba a acabar con nosotros mismos, iba a convertirnos en ángeles exterminadores.

Las duchas a solas eran un infierno disfrazadas de purificación. Mis demonios emergían y atacaban sin piedad. El agua no los ahogaba porque ellos sabían cómo nadar. Mi cabeza estallaba, las lágrimas afloraban. Y siempre te encontrabas con el suelo convertido en lago y a mí sumergida en él. Odiabas ver cómo esto sucedía día tras día, odiabas ver que no sabías ponerle freno.

Y como estaba rota, de mis pulmones y costillas hiciste un acordeón lleno de melancolía y calor. Me escribiste una nana para que creciera con más rapidez, tres poemas tatuaste en mi piel. Con tu fría lengua me curaste y me calmaste más de una vez. Y todo con un firmamento de plástico en el techo, en el que nada se podía adivinar ni ver.

Me despedacé completamente en aquel viaje de tren en el que mi boca sabía a Jack Daniel's. En aquel vagón se notaba tu rendición por doquier. Irradiaba el color gris de tus ojos, la tristeza asomaba por tu boca. Y yo en el asiento, quieta y temerosa, sin mover un sólo dedo, intentando separar mi propia sombra de mi cuerpo. Mi corazón te pedía a gritos que me explicaras, que me enseñaras que no podía ser Peter Pan, que de una vez por todas debía madurar. Pero ya lo dabas todo por perdido; si te hubieses parado un segundo a observar que eras el héroe al que admiro… quizá las cosas hubiesen cambiado totalmente de sentido.

Quizá nos hubiésemos ahorrado todo este dolor. Ojalá pudiese retorcer y poner del revés el reloj para cambiar toda esa horrible situación. Habría sido mil veces más bonito y pacificador que me hubieses dicho que preferirías ser paciente porque tú eras el verdadero Peter Pan y yo sólo un pequeño y valioso dedal.

Y ahora, lo único que he logrado son unos cuantos recuerdos embotellados que se descorchan acompañados de cigarros, desempolvando imágenes sumidas en brumas, sumidas en tristeza adictiva y dolor agrietado.