martes, 29 de octubre de 2013

Decadencia: Tranquilidad Opiácea

Con el agua, tus cadenas se han oxidado y las algas las han roto. Con las estrellas, he emergido de entre la niebla, desnuda y sin fortaleza, busco mi propia flecha negra. He llegado a salir de mi propio pozo sin fondo, sin escamas ni escafandra; sin arpón clavado en el pecho. Soy un náufrago en tierra firme, un fantasma miserable que ha sido derrotado.

Y recuerdo -porque soy un alma, no un muerto- que en viejas fotografías aparezco vestida de bailarina. Sí, fui la bailarina más torpe que ha habido y que por casualidad chocó contra tus duros brazos y permaneció ahí sustentada sobre sus puntas, pidiéndote un beso a ritmo de rockabilly.

Y sigo avanzando en la oscura noche, entre vapor y flores, entre despedidas y reproches, sosteniendo el propio peso de mis suspiros, sosteniendo mis pensamientos con alfileres; porque el alma está enjaulada en la penumbra, porque el cuerpo está atrapado en la rabia.

No quiero evadirme ni desaparecer, quiero en tu memoria permanecer.

Ha caído el invierno por sorpresa con sus miles de cuchillos blancos y la piel gris de lobo me ha salido con la luna llena; sólo soy una mujer hambrienta. Es la noche de la línea delgada, es la noche de los espíritus errantes, es el recorrido de las miradas apagadas. Y bajo la forma animal, recorro los espinosos caminos del lóbrego bosque, olfateando rastros de humo y ceniza, rastros con olor a otoño y a cerveza.

Y acabo en profundas cavernas con brujas, sapos y arañas; con cazadores, presas y depredadores. Por mucho que aúlle, recupero la forma de mujer y me uno al estrepitoso aquelarre. Entre flautas, gaitas y tambores; entre ginebra, quemadas y cuernos llenos de espuma sin sentimientos, me mezco en las raíces de la historia antigua hasta que despunta el amanecer. Y amanezco con un regalo entre mis palmas, ahí está mi codiciada flecha negra.

La jodida luz me hiere en los ojos y escupo sangre al recordar tu nombre. Estoy maldita por ti y no por haber fumado esa humeante pipa de la reflexión. Estoy llena de arañazos y heridas por mis travesías, estoy rota por tus susurros en las cartas. ¿De qué me sirve que me busques si sólo me utilizas? Tus palabras son muy viejas y conocidas, con cualquier carcajada tuya se las lleva la brisa.

Mi ficticia tranquilidad opiácea se ha desvanecido y por una madriguera he caído. 

Sigo vislumbrando fotos y recuerdos en un televisor que me ha dejado hipnotizada. De una caja de música flotan tus despedidas acompañadas de violín, apuntándome con un arma si oso sonreír. Relojes que pululan libres a mi alrededor, tiempo danzarín ondeando al viento sin ningún pudor; intentan volverme loca, intentan arrancarme el destrozado corazón.

Si tengo sed, sólo puedo beber de los pequeños frascos de locura dosificada de esa politóxicomana llamada Alicia. Y al recibirme en este mundo no tan secreto, salen un militar y un perro; me llevan detenida, dándome la bienvenida al País de las Pesadillas.