miércoles, 1 de mayo de 2013

Canción para una Fiera (versión corta)



La tierra estaba húmeda por las gotas del rocío de la madrugada que habían sido desperdigadas como migas de pan por aquel embarrado sendero. El camino estaba lleno de musgo, creando una húmeda y fría alfombra que se extendía por todo Bosque Perdido.

Pero a Angelique no le importaba que el suelo por el que caminaba descalza fuese frío o resbaladizo. A ella le encantaba caminar descalza por Bosque Perdido, ya fuese por el barro o el musgo, era algo que la relajaba. No la importaba que su pelo negro azabache se enredase entre las ramas bajas de algún haya, ni que sus pies descalzos se ensuciaran, ni que su vestido blanco acabado en puntilla y encaje se le rasgara.

Ella no era normal, no era como el resto de chicas de Piedrarota. Era huérfana y vivía en el bosque como cualquier marginado. Tenía poderes sobrenaturales y estaba bajo la tutela de Malira, una hechicera que dominaba la alquimia y las artes oscuras. Ni ella ni su maestra eran bien recibidas en Piedrarota. Pero cuando se decidían a bajar al pueblo, más de uno se había quedado embobado mirando la exuberancia y las curvas de maestra y alumna, pero sin duda alguna, Angelique era la que destacaba de las dos.

Tenía el rostro pecoso, los ojos dorados, la nariz chata y pequeña, sus labios eran carnosos y rosados. Y nadie sabe por qué -ni siquiera ella-, pero su rostro estaba enmarcado por dos extensos mechones de color turquesa, uno a cada lado de la cara.

Portaba una cesta con algunos dulces, iba a visitar a Irío, el espantapájaros. Al llegar al claro del bosque, se veía ya la vieja cabaña destartalada y cubierta de plantas, que amenazaba con caerse.

Subió los peldaños de piedra hasta la puerta de la casita y llamó, golpeando la puerta con los nudillos. Nadie respondía. Golpeó la puerta con más fuerza y nada.

Dentro de la cabaña estaba Irío, profundamente dormido sobre un camastro hecho de hojas, paja y un viejo saco raído de azúcar; junto a Neve, su gatita parlante

La voz chillona de Angelique empezó a gritar su nombre a pleno pulmón. Él despertó y abrió la puerta, algo somnoliento para que ella entrara. Miró a la cesta de mimbre que ella traía con una mirada sorprendida.

-Son dulces para ti y Neve.-aclaró ella con una tímida sonrisa.
-Ponlos sobre la caja de madera, si quieres.-dijo él.

La gatita Neve despertó de su sueño, abrió perezosamente la boca y bostezó. A simple vista, dirías que es una bola gigante de pelusa gris, pero es Neve, con su pelo plateado y sus ojos ambarinos. Era una gatita de angora, perezosa, dormilona y cariñosa. La gata vio a Angelique, sonrió para sí y fue a restregarse a sus pies.
-Sí, buenos días, Neve.-se agachó y la acarició-¿Qué tal has dormido?
-Bien.-miagó- ¿No habrás traído pescado, verdad? Me apetecía desayunar salmón ahumado…-murmuraba la gata.
-Veré que puedo hacer. Intentaré hacerlo aparecer de la pescadería de Piedrarota.-sacó su varita, murmuró unas palabras y la agitó. Ante los ojos de Neve apareció su preciado salmón y se puso a devorarlo ante los pies de Angelique.
-No hacía falta que chillaras como una condenada para despertarnos, Angelique.-dijo Irío- Sabes que puedes entrar y con ponerme una rata encima habría bastado y…
-No soy tan cruel.-le interrumpió.
-Ya, bueno… cambiando de tema, ¿sabes algo sobre Valentina?-Valentina era una bella muchacha de Piedrarota de la que el espantapájaros estaba enamorado, pero esa muchacha no le correspondía, ni siquiera sabía que existía.
-Solamente que su compromiso con Klaus sigue en pie, a pesar de todo lo acaecido.-Lo miró de reojo, vigilando su reacción. Ella no era cruel, pero sabía que esto podría hacer daño a Irío. El permaneció con una máscara impasible, ocultando el dolor que sentía realmente.

Angelique estaba completamente enamorada de él, pero Irío no se daba cuenta de ello. Él notaba mucho afecto por su parte, pero lo confundía con un cariño fraternal y eso la desesperaba.

Él se sentó en el camastro dejando un sitio libre para Angelique. Ella por su parte sacó su varita de la cesta y se sentó junto a él. Agitó su varita y arregló las viejas ropas del espantapájaros. En ese preciso instante, una rata blanca y enorme correteó por el suelo. Irío, mirándola fijamente, y mucho antes que su perezosa gatita, se abalanzó sobre ella y la atrapó. Cogió a la rata por la cola y la engulló.
-¡Pero como le puedes hacer eso a un animal, bestia!-gritó Angelique.
-A la brasa son deliciosas…-repuso él con una sonrisa.
-No tienes corazón ni sentimientos, Irío.-las lágrimas comenzaron a caer por su rostro anguloso.
-Soy un espantapájaros, no soy como tú.-la rabia comenzó a crecer en el pecho de ella hasta el punto de enfadarse de verdad. Recogió su cesta y su varita.
-Me largo, sólo queda media hora de luz y no quiero que me devoren los lobos.-le chilló. En Bosque Perdido sólo había dos horas reales de luz, no como en Piedrarota, que había hasta siete.

Dio un portazo que hizo que temblara toda la casa, enojada y llena de rabia iba rumbo a su hogar.

Irío estaba extrañado, no sabía por qué Angelique había reaccionado de esa manera, sólo había dicho lo que pensaba.
-De verdad, que las mujeres son raras…-murmuró él.
-¿No te has dado cuenta, verdad? –dijo Neve despreocupada.
-¿De qué?-preguntó él extrañado.
-De que ella te ama.
-Me ve como a un hermano nada más. Es imposible que esté enamorada de mí.
-Está bien… si tú lo quieres ver así y seguir cegado a la realidad, problema tuyo.-la gata dio un salto y se escabulló.

Angelique daba vueltas en círculos por el bosque, con tan mala suerte que se había perdido por no fijarse por donde caminaba. Ya había oscurecido y la temperatura había descendido. Empezaba a tener miedo. Cogió su varita y le suministró algo de su energía corporal, lo que consiguió que saliese una diminuta bola de luz de la punta. Peor era nada.
Algo se movió en la oscuridad con demasiada rapidez. Se detuvo e intentó ver más allá de donde su varita iluminaba, pero era inútil. De pronto, la varita se apagó. Ella alzó la cabeza, mirando el techo. No se veía nada. Giró su vista hacia ambos lados, no conseguía ver nada.


Dos lobos negros aparecieron de entre las sombras y se abalanzaron de un salto sobre ella. Su varita salió despedida hacia algún matorral. Los colmillos de las bestias se clavaban en su blanca piel, haciéndola chillar de dolor. Uno de ellos, el más grande, atrapó una de sus piernas entre sus fauces mientras las lágrimas de Angelique se mezclaban con el barro.

Atrapada, la llevaron con enorme rapidez por un sendero encharcado; su pelo y su vestido se enredaban con las zarzas del bosque. Durante el veloz trayecto, su cabeza golpeó contra una roca, lo cual hizo que la aprendiz perdiera el sentido y la noción de todo lo que ocurría a su alrededor.

Malira comenzaba a preocuparse. No sabía donde se había metido su joven ayudante. ¿Estaría encarcelada en la prisión de Piedrarota? ¿La habrían devorado los lobos? ¿La habrían secuestrado los bandidos? Comenzaba a preocuparse.

Recogió su larga y rizada melena rubia en una trenza, siempre que estaba nerviosa lo hacía; y se dirigió a las inmensas estanterías que tenía, en busca de su bola de cristal, a ver si lograba dar con el paradero de su aprendiz.

Posó la esfera de cristal sobre un cojín púrpura de terciopelo, susurró unas palabras sobre ella y comenzó a acariciarla. Humo de color verde empezó a surgir dentro de la esfera, tras el cual, comenzó a formarse una imagen. La bruja acercó aún más la vista al objeto mágico y vio a la joven Angelique atada con grilletes a la escarpada pared de una caverna. Angelique era prisionera de la tribu de Tora, un antiguo amante suyo al que le había robado los poderes.

Tras pensarlo unos minutos, decidió que era importante rescatarla, la necesitaba para absorber su poder y su juventud; necesitaba convertirse en la bruja más poderosa pues deseaba someter y esclavizar a todos los habitantes de Piedrarota, en venganza del mal trato que había recibido de pequeña en ese pueblo por parte de los vecinos.

Pero no quería arriesgarse a que Tora la matara con sus feroces lobos. Y se acordó del espantapájaros, aquel del que su aprendiz estaba enamorada. Le propondría un trato que jamás podría rechazar. Sonrió para sí misma ante sus ideas bien pensadas.

Cogió su capa roja y se la puso. Era ya noche cerrada, la mejor opción para viajar a esas horas sin peligro era mediante un hechizo de teletransportación. Visualizó mentalmente la cabaña, chasqueó los dedos y se esfumó de su casa-árbol.

En la cabaña destartalada hubo un resplandor que asustó a sus habitantes. Neve, inquieta, husmeó el aire, olía a magia. Pero no a la magia de Angelique, aún no era capaz de hacer esos encantamientos.
Apareció una delgada figura femenina envuelta en una capa roja. La gata comenzó a bufarla, desconfiaba de ella. Al retirar la capucha de la cabeza, Irío reconoció a la mujer: era Malira, la bruja que lo había convertido en espantapájaros.

-Hola, Irío. Veo que los años te tratan bien, sigues igual y no has cambiado.-rió ante su propia frase cargada de ironía.
-¿Qué quieres, bruja? –respondió el lleno de odio.
-Se me ha perdido cierta cosa…
-Pues búscala en otro lugar, aquí no hay nada que te pertenezca.-interrumpió él con brusquedad.
-Lo cierto es que sí y debes ayudarme a encontrarla.-repuso ella con cierta dureza.
-¿Por qué iba yo a ayudarte? –escupió él.
-Porque si me ayudas, te devolveré a tu forma original. Y a ella también –señaló a Neve-. ¿Lo harás? –observó con deleite la cara de sorpresa que se le quedó al espantapájaros.
-¿Lo dices de verdad? Júralo.
-Lo juro.-respondió ella solemnemente. Se notaba la satisfacción en el rostro de él.
-¿Qué es lo que has perdido? –preguntó él con cierta curiosidad.
-A Angelique.-susurró. Él estaba sorprendido, no tenía ni la menor idea de que su amiga estuviese bajo el cuidado de esa mujer malvada.
-¿Pero…? ¿Dónde diablos está?-exclamó él.
-En las cavernas.-ante esta afirmación, tanto a Neve como a Irío se les heló la sangre.
Empezaban a comprender por qué esa mujer les pedía ayuda, ella no quería ni ensuciarse las manos. Las cavernas eran un lugar muy peligroso para cualquier persona, estaban habitadas por una tribu de lo más insólita y peligrosa. Esa tribu estaba formada por personas que tenían la capacidad de cambiar su condición humana por la de animales, generalmente lobos.

Irío comenzó a preocuparse seriamente. Todo esto había ocurrido por su culpa, la conciencia lo culpaba. No debería haberle dicho esas cosas a Angelique.
-Muy bien, llévanos hasta las cavernas.-dijo Neve para sorpresa de Irío. Malira sonrió con astucia. Comenzó a susurrar unas palabras y chasqueó los dedos, acto seguido, habían desaparecido.

Malira regresó a su casa, vigilaría lo que sucediera desde su oculo mágico, no quería perderse el espectáculo.

-¿Cuál será el próximo movimiento de la bruja?-le chilló el corpulento hombre de pelo castaño rizado. La furia y el rencor impregnaban su cuerpo.
-¡No sé nada, yo no lo he hecho nada a nadie!-lloraba Angelique. Hacía rato que había despertado en aquella caverna, atada de pies y manos por unos fuertes grilletes de hierro. Había tres hombres con ella, uno de ellos era el que la interrogaba sobre Malira, otro, el del pelo rojo, era quien hacia la guardia. El de pelo negro, estaba sentado sobre unas pieles que estaban sobre unas rocas, como si fuese un trono, observándolo todo.

-¡Mientes! ¡Maldita mentirosa, te desollaré hasta que solamente queden tus huesos!-la estaba estrangulando con fuerza, a Angelique le faltaba el aire. El hombre de pelo negro dio el alto, y al ver que este no le obedecía, se levantó y la apartó de un empujón.

-¿Estás bien? –preguntó. Angelique no podía apenas hablar, su garganta estaba ardiendo de dolor.
-No.-dijo en un susurro. El hombre de pelo negro sacó de uno de los innumerables bolsillos ocultos que había en su capa de piel una cantimplora llena de agua, la cual vertió sobre los labios de Angelique.
-¿Pero qué haces? ¿Por qué la ayudas? –bramó el que la estaba interrogando desde el suelo.
-Porque está más que claro que esta cría no sabe nada, a pesar de ser su aprendiza. Hay unos cabos sueltos que aún no acabo de atar, y por culpa de tu violencia, tardaré más en atarlos. Desátala los grilletes de los pies y el resto de cadenas, a excepción de las de las manos, quiero que se siente junto a mí en el fuego.-explicó.
-Pero…
-Es una orden y las órdenes no se cuestionan -repuso él, tajante-. Ah, y Rhu… haz guardia con Terias.

A su pesar, el hombre del pelo castaño la liberó y la llevó ante el cabecilla, el cual le dio la mano a ella y la sentó a su lado, frente a la hoguera. A Angelique le gustaba el calor que desprendía, pues la temperatura ahí era aún más fría que en Bosque Perdido.
Tora, el cabecilla de la manada, pasó la mano por el cuello de ella. Ella tembló de miedo, pero notó que esa irritación que tenía en la garganta desapareció cuando él había pasado su mano.
-¿Tienes poderes también? –preguntó ella en voz baja. Por un momento, su curiosidad había superado a su miedo.
-Tenía poder. Tu ama me los arrebató.-dijo él con dureza.
-No es mi ama.-contestó ella. Esas palabras la habían molestado.
-Sí que lo es. Te mantiene, te alimenta y te enseña. ¿El beneficio que saca ella a cambio? La posibilidad de absorber tu poder.-la miró fijamente.
-No te creo. No es así, no la conoces.-decía ella.
-¿Ah, no? Fui su amante durante muchísimos años, niña. Ella me utilizó y me quedó un mínimo de poder. Si de verdad le importases, ya habría venido a buscarte, ¿no crees? –la duda comenzó a crecer en el pecho de Angelique. ¿Y si Tora tenía razón? Entonces no volvería a casa. ¿Pero si mentía? Estaba atrapada.

Angelique decidió creer a Tora, sus suposiciones eran hasta cierto punto convincentes y decidió darle un mínimo de información.

Ella recordó que su maestra siempre vigilaba las cavernas con su bola de cristal y se lo contó a Tora. Él sacó un trozo de espejo de su capa.
-¿Ves este trozo de espejo? Pues bien, está grabado con una runa.
-¿Y qué tiene de especial? –preguntó ella con curiosidad.
-Que al ponerlo junto al fuego la runa se calienta y absorbe energía de la hoguera y eso hace que la runa se active. Y te preguntarás para qué sirve la runa.-la miró a los ojos.
-Pues sí, me pica la curiosidad.-dijo ella.
-Para que el lugar dónde está el espejo, por ejemplo, esta caverna, se desvincule de cualquier objeto que lo observa.-ella le miró sorprendida. Tenía un montón de preguntas en mente qué hacerle.
-¿Y puede oírse lo que se habla o también se anula el sonido? –preguntó en voz baja.
-Queda todo anulado. No sabrá nada.
-Creo que empiezo a creerte. Si no te hubiera quitado todo el poder, no utilizarías las runas como los chamanes.-dijo ella con seriedad, mirándole a los ojos.
-Vamos bien, chica. Pero no puedo soltarte aún. Tengo que proponerte…
-¡Tora! ¡Oigo a gente cerca de aquí! –interrumpió Rhu a gritos.
-Idos los dos a por ellos, yo me quedaré aquí. Puedo enfrentarme solo.

Irío y Neve habían vislumbrado fuego en el horizonte y se dirigían hacía allí a todo correr. Ambos tenían una corazonada que les decía que ahí se encontraba Angelique.

Quedaban unas pocas horas para que apareciera el amanecer en Bosque Perdido, para que las hojas rojizas del Mabon desaparecieran y llegara el frío y la nieve heladora del Yule a esas tierras.

Unas sombras se cernían sobre ellos a toda velocidad, Neve se percataba de ello, pero hacía caso omiso y no le dijo nada a Irío, no quería atemorizarlo.

Dos enormes lobos salieron a sus espaldas y se abalanzaron sobre ellos, atrapándolos entre las fauces y llevándoselos a la oscuridad.

Malira estaba sentada en el diván rojo de terciopelo, enfadada. No podía ver ni oír nada, ya lo había intentado todo y no había ningún resultado. Pero su oculo había detectado la varita de su alumna e iría a por ella. Le sería útil en un futuro próximo.

Los lobos llegaron con sus presas a la caverna y los soltaron a los pies de su jefe. Eran un gato y un espantapájaros.
-Así que teníamos unas ratitas husmeando… atadles.-dijo con firmeza Tora.
-¡No, para! ¡Les conozco! –chilló Angelique.
-¿Y si son espías qué, niña? No voy a arriesgarme porque los conozcas.
-Son mis amigos, me estarían buscando, estoy segura. Ellos ni siquiera visitan a la bruja, déjales en paz.-dijo ella con firmeza.
-No me fío.
-Tú no, pero yo sí.-dicho esto con mal genio, Angelique se acercó a ellos.

Tora no pudo evitar que ella se acercara a aquellos variopintos personajes. Por su propia seguridad, decidió comenzar un interrogatorio. Para ello, los acercó al fuego y comenzó por hablarles:
-¿Quiénes sois? –dijo.
-Somos amigos de…-comenzó Irío.
-¡No! ¡Vuestros nombres!
-Somos Irío… y Neve…-dijo el espantapájaros.
-Hemos venido en busca de Angelique, su maestra la reclama.-dijo Neve.
-¿Y por qué venís vosotros en vez de ella? ¿Tiene miedo o qué? –miró de reojo a Angelique, a ver si con la respuesta de estos, se daba cuenta de que él tenía razón de verdad.
-Su maestra quería que la rescatásemos nosotros.
-¿Por qué?-Neve comenzó a titubear. Miró a Angelique y vio que estaba comenzando a inquietarse, pero confiaba en aquel hombre. Quizá ellos también debían de confiar también.
-Porque nos ofreció un trato. Ella a cambio de deshacer nuestros hechizos.-miró de soslayo a Angelique.
-Decidle a la cría quien os hechizó.-dijo con una media sonrisa.
-Malira, la hechicera. A Irío lo hechizó por decirla que estorbaba en mitad del camino; a mí porque uno de sus múltiples amantes me llamó guapa.-contemplaba el suelo, le dolía lo que estaba diciendo.
-Pero…-Angelique estaba a punto de echarse a llorar-, tú tenías razón-dijo mirando a Tora-. De verdad quiere utilizarme.
-Vale, genial… ¿Y ahora qué hacemos? –preguntó Irío. Tora le miró con desprecio.
-Yo quería matarla desde hace tiempo, no sé vosotros.-dijo el macho alfa de la manada.
-Un gato no te servirá de mucho, pero peleará a tu lado-dijo Neve con solemnidad-. Pero deseo cambiar mi cuerpo.
-Si todos vosotros me juráis lealtad y ayuda… intentaré tenderla una trampa.-los observó detenidamente.
-¿Qué proponéis? –preguntaron Neve e Irío al unísono.
-Algo sangriento y descabellado.-sonrió.

Ante las raíces de los árboles dónde vivía Malira, Angelique cargó a Neve –cubierta de sangre- sobre su hombro. Comenzó a trepar, Irío las seguía por las ramas.

Malira estaba sobre su diván, llevaba una túnica azul marina muy ceñida, un corsé negro por debajo del pecho que la resaltaba sus atributos femeninos y la rebelde melena rubia suelta. La capa negra con capucha colgaba de sus hombros. Al verlos su cara se iluminó: por fin tenía lo que quería.
-Habéis regresado… Angelique, querida, ¿qué tal estás? Debes de proseguir con tus clases de alquimia, hace mucho que no practicamos y…
-¡Eh! Estamos nosotros primero, muchísimo antes que sus clases de alquimia.-bufó Neve.
-Sí, está bien…-dijo Malira con aburrimiento. Cogió a Irío y a Neve por las manos, cerró los ojos y se concentró. Hubo una explosión, y cuando abrió los ojos, ya estaban ambos transformados.

Neve llevaba un vestido rosa claro que le llegaba hasta las rodillas, su pelo era castaño y liso, los ojos ambarinos y la piel blanca; el cuerpo era delgado y espigado. Sonreía y miraba sus pies descalzos.

Irío, por su parte, era moreno y tenía el pelo corto. Los ojos del color del chocolate y lucía una barba bastante poblada que lo hacía aún más atractivo. Era alto y delgado. Miraba sus manos, incrédulo.

-Gracias por traerme a mi aprendiza, os invitaría a tomar el té, pero tenemos muchas cosas de las que hablar.-dijo Malira con una falsa sonrisa.

Irío y Neve descendieron el árbol y comenzaron a aullar, era la señal para Tora y los suyos.

Mientras, arriba, en la casa-árbol, Angelique veía como caía la nieve por el ventanal. Y cuando Malira se volvió para coger su tablero de ajedrez, Angelique saltó los dos metros de altura que había desde la copa del árbol hasta el suelo.

Malira, sobresaltada y furiosa, se asomó al ventanal abierto, maldiciendo y llena de furia. Aquella niñata había sido más lista que ella. Tiró una de las estanterías sobre el suelo. Vio como se montaba sobre aquel lobo negro que resultaba ser su antiguo amante, Tora. Se había aliado con los lobos; todo la estaba saliendo mal. Pero sabía adonde se dirigían.

La chica estaba agarrada al pelo del lomo de Tora, intentando no caerse, pues iban a toda velocidad por entre los árboles para llegar lo antes posible a las cavernas. Y hasta que no llegaron, Angelique no se sintió a salvo.

Neve e Irío habían llegado muchísimo antes que ellos y les había dado tiempo a hablar sobre sentimientos. Irío, en el fondo, la correspondía aunque se hubiese negado a verlo.
-¡Enséñame el poder de las runas! –exigió Angelique.
-¿Por qué? –preguntó extrañado el chamán.
-Porque no tengo varita, porque tengo que enfrentarme a ella.
-Pero no estarás sola.
-Pero tengo que protegerme a mí misma.
-Está bien…

Tora y Angelique pasaron la noche entera junto al fuego, aprendiendo sobre las runas e ideando estrategias. Terias y Rhu intercambiaban historias con Neve e Irío, este último se encontraba algo celoso.

En la oscuridad de la noche de Bosque Perdido, llegó hasta la caverna una lechuza con una carta. Angelique la leyó, era de Malira. Y les invitaba a la ceremonia. Se lo comunicó a sus compañeros.
-¿Qué se celebra? –preguntó Tora.
-Su futura adquisición de nuevos poderes y nuestros funerales.-dijo Angelique con un hilo de voz.
-¿Estás de broma? –dijo Irío.
-No, lo pone en la invitación.-repuso ella.
-Pues muy bien, ahí estaremos.-respondió Tora con una sonrisa.

A Malira le encantaba jugar al ajedrez, pero la aburría hacerlo sola. Aunque era lo mejor para esperar a su alumna y compañía. Oyó los aullidos de los lobos y sonrió, ya comenzaba el juego.

Entre las raíces del árbol, ya estaba Malira cuando los tres amigos llegaron cabalgando a los lobos. Irío y Neve portaban arcos y flechas y los disparaban mas estos no afectaban en absoluto a la hechicera.

La bruja chasqueó los dedos y de su mano brotaron llamas, las cuales lanzó sobre Rhu. El lobo tiró a Neve antes de que el fuego impactara en su cuerpo para protegerla y se tiraba por el suelo para apagar el fuego, pero aquellas llamas no cesaban.

Tora, cegado por la rabia, se abalanzó sobre ella –lo cual hizo que Angelique cayera al suelo, rodando- y la alcanzó el brazo, pero no sirvió de nada. En ese momento de distracción, Irío lanzó una flecha que alcanzó las costillas de Malira.

Esta, al verse agonizando, lanzó el conjuro de absorción contra Angelique, la cual estaba débil en el suelo debido a la caída, y la alcanzó de lleno.

No obstante, arrastrándose moribunda sobre la fría nieve, agarró el tobillo de su maestra y susurró un <<jaque mate>> audible antes de clavar el cuchillo en la carne de Malira, dibujando la runa del fuego.

Malira estalló en llamas; gritaba y se retorcía de dolor. Irío corrió junto a Angelique, y estrechándola sobre sus brazos, la susurró al oído:
-Y observa, pequeña Angelique, que si he llegado hasta aquí, enfrentándome a lobos y a tu maestra de alquimia, no lo he hecho por placer, sino por el amor que te profeso -la miró a los ojos, ella sonreía radiantemente-. Sé que llevas años enamorada de mí y este corazón de espantapájaros lo ha notado hace poco. Dale una oportunidad –Angelique acercó su rostro al de él y lo besó-.
-No te separes de Neve, ¿vale? Le encanta el salmón ahumado y no le gusta estar sola, cuida de ella. Yo debo partir.-susurró ella.

Irío lloraba desconsoladamente, y cuando el corazón de Angelique dejó de latir, esta se convirtió en agua y se derramó por suelo. Y de pronto, en aquel lugar donde su cuerpo había estado hace un momento, surgió un rosal florecido de rosas de color turquesa. Aquella chica había dejado huella en la tierra.




Meses más tarde, Irío dirigía una carreta tirada por un caballo pardo rumbo a Ciudad Zafiro. En la parte de atrás del vehículo, iba Neve sentada, mirándose los pies. Llevaba un sombrero de paja sobre su cabeza y un vestido blanco que le llegaba hasta la rodilla. El sol del Litha iluminaba su pálida piel, haciéndola parecer un diamante.

Llevaba una rosa de color turquesa entre sus manos, y comenzó a cantar para sí:

Entre el alto centeno
avanza su corcel fiero,
mas el humilde caballero es incapaz
de saber entonar esta canción y cantar.

Pues esta canción la cantan los lobos,
amansando a sus presas,
recitan la canción para la fiera.

Melodía de andares torvos,
capaz de dormir a la bestia.
Melodía de andares torvos
Es la canción para la fiera.

Pues esta canción la cantan los lobos,
amansando a sus presas,
recitan la canción para la fiera…

La voz de Neve se perdió entre las soleadas colinas que conducían a Ciudad Zafiro, entonando aquella canción que le había enseñado Terias. Aquella canción que amansaba a las fieras y le recordaba a su amiga fallecida.

Irío se volvió hacia ella, sonriéndola. Comenzaban una nueva vida sin magia alguna y con catorce horas de sol. Catorce horas de sol de verdad.