martes, 30 de julio de 2013

Cuando el día conoció a la noche

Si eres capaz de imaginar y crear otra realidad alternativa a tu vida, continua leyendo; si no, abandona esta entrada.El escritor estará entusiasmado con tu abandono y te recomendará jugar a cadáver exquisito.

Nuestras miradas se cruzaron, cuando la noche quedó llena de estrellas fugaces y cuando el día se oscureció con nubarrones. Los versos de Shakespeare marcados en mis labios, la creatividad de Oscar Wilde surgiendo de tus ojos amargados. La indiferencia hizo acto de presencia y nos separó a ambos. No era nuestro momento, no era nuestro minuto de oro.

En mis noches oscuras, de sombras sin silueta, me atrapaba a mí misma en el teclado de mi vieja máquina de escribir; sangrando tinta, llorando versos, soñando despierta. Me refugiaba en mis lágrimas y en el humo de mis cigarros, me acostaba en un desnudo colchón con un soneto bajo el brazo. Y mis viejas fantasías de volar, las fui abandonando; mejor tener trozos de periódico en un techo al que mirar. Y no todo era felicidad en mi propia cueva, también había oscuridad por doquier y gélidos besos de antaño que en su día enmarqué. Los melancólicos suspiros de un mar embravecido ocupaban la mayoría de mis cajones vacíos; mi memoria llena de recuerdos en blanco y negro, llenos de rituales a algún dios inexistente al que no rezo. La sabiduría se encuentra bajo tierra y bajo tierra sólo están los muertos; entonces, ¿son sabios los muertos? A veces en las noches más lejanas, los oigo pronunciar mi nombre; yo soy la noche, eterna y llena de tristeza.

Desde aquí puedo oír tu lamento, lleno de acordes y lágrimas de cemento. Puedo rastrear el sonido de tu voz, puedo adivinar cual fue tu perdición. La música no te salvó, su recuerdo te asfixió. Tus venas recorridas por tu esencia; la echaste a pedradas, absorbiste a tu más luminosa estrella. Tu ego inseguro, tu alma llena de cicatrices, mataste tu depresión con copazos del más doloroso alcohol. Fuiste la más fogosa estrella de la galaxia, ¿qué te ha pasado? Aunque pueda oírte desde mi acantilado, necesito oír tu historia a mi lado.

No quiero que me temas, sólo soy una fabricante de historias, me nutro de ellas y de tinta; no me mezclo, no soy soluble, soy una chica lista.

Me narras tu vida con tus tristes notas de violín, me hablas de tus ideas e ideales, me cuentas que soy una chica clave para desenmascararte. Y todo me parece tan repetido, tan fuera de foco, tan en diferido, que como si mi cabeza fuese un viejo televisor, recuerdo el día en que nuestras miradas se cruzaron.

Y el viento sopla hacia mi cabeza, buceando en mis recuerdos, como si una llave perdida abriese una puerta secreta; diciendo que tú te equivocaste, te marchaste, pusiste a la indiferencia en ese segundo crucial porque te daba miedo la oscuridad.

Acabamos de reencontrarnos y tu melodía al resto del universo ha eclipsado, suenas como las hojas de otoño cuando bailan; sin aviso me has desatornillado. Has robado mi oscuridad lóbrega y te la has tragado, pero no es un temible espectro lo que has desencadenado.

Me has llenado.

Has respirado dentro de mí, has pintado en mí; has cambiado un lienzo en blanco, negro y gris solamente por verme sonreír. Me has convertido en el día, me has convertido en tu energía positiva, me has llenado de electricidad, me has dado de nuevo el poder de soñar.

Cuando el día conoció a la noche, todo se volvió oscuro por unos momentos para poder lanzar estrellas al firmamento a modo de sorpresa. Cuando tú y yo nos conocimos, de nuevo, -de verdad-, sólo explotaron las farolas y se pararon los relojes, pararon porque nosotros mismos fuimos lo suficientemente valientes como para retorcer las horas hasta que arrancamos las agujas y destruimos el mecanismo. 

Y para curar esos ojos tristes, utilicé papel y lápiz, mil versos como detonante y a mi máquina de escribir como francotirador. Utilicé mi mejor arma implacable, llena de oscuridad y orgullo, para arrojar algo de luz y formar las sombras con mi silueta en tu vida.