Jean
revisaba todo el papeleo mientras su gato sobaba sus pantalones de tartán. No
le hacía gracia tener que levantarse a las cuatro de la mañana, resacosa tras
estar dando un concierto muy importante en Glasgow. Su vida actual era un bucle
vertiginoso de actos cargados de importancia. Estaba estresada. Echaba de menos
a Fatcat y David, su vida como May October en general.
La
tetera comenzó a chillar y a soltar vapor, Jean la apartó del fuego. Justo en
ese momento abrieron la puerta. Ella se asomó al pasillo y vio aparecer a Yumi,
su compañera de piso, acompañada por un rastafari y borracha como una cuba.
Desde que había salido del depósito de cadáveres, había detestado que Yumi se
trajera hombres a casa, ya que ella no podía estar con David.
Yumi
ni siquiera se esperaba a entrar en su habitación, ya se lo estaba comiendo
todo a ese tío en mitad del pasillo. Jean lo estaba viendo todo y por un lado
se moría de envidia, por otro, estaba enfadada. Le cantaría las cuarenta a su
compañera en cuanto el tío se largase.
Volvió
a lo suyo y se sirvió el té, repasando las cuentas. No podían seguir pagando el
piso tras la partida de Ashley, tenían que buscar trabajo o mudarse. Suspiró
mientras se oían los gemidos de su compañera en la otra habitación; decidió ir
a darse una ducha.
Tras
la ducha larga que se dio, se metió en la cama y durmió un par de horas, junto
a su gato gris. Al despertar eran las seis de la mañana y tuvo una idea:
preguntarle a Elizabeth y a Marie si quedaba algún puesto libre en Starbucks
tras la ida de Ashley.
Oyó
como se abría la puerta de la habitación de Yumi y unos pasos pesados caminaban
por el pasillo, acompañados de otros más ligeros. Ambos pasos se susurraron
unas palabras de despedida; y tras esto, los pasos pesados se fueron por la
puerta principal, fumándose un canuto.
Jean
cogió la falda negra y un jersey gris de lana, las medias de red hasta los
muslos y las botas militares y se vistió a toda carrerilla; quería hablar con
Yumi.
Yumi,
con su liso pelo negro corto y su piel blanquecina, estaba sentada en ese
instante sobre una silla de la cocina. Alzó la mirada y esbozó una media
sonrisa dirigida a Jean.
-Buenos
días, Jean. ¿Qué tal la noche? –dijo con su aflautada voz.
-Dimos
un concierto brutal en un garito de Glasgow, llegué a casa cansada, revisé las
cuentas, preparé té y… ah, sí, mi compañera de piso se trajo un tío a casa y se
la chupó en nuestro pasillo, luego se fueron a la habitación a follar y se oían
los gemidos por toda la casa –la ironía de su voz resultaba ácida-. Dios, Yumi,
¿en qué estás pensando? No podemos traer tíos a casa o nos echan, y tú como si
nada.
-¿Y?
Si yo hubiese sido tú, habría aprovechado para tocarme –respondió con el mismo
tono irónico-. Y sí, me traje al tío de vuestro maravilloso concierto en
Glasgow… y no sé por qué diantres me vienes con esto, tú te has traído a más de
cien tíos cuando Ashley vivía aquí, y ahora vas con esas pintas mezcladas de
puta barata y rockera de los ochenta, creyendo que por dar conciertos podrás
salvar este piso y tener una vida maravillosa. No es mi culpa que no quieras
disfrutar la vida porque David esté muerto, yo no te obligo a nada, pero déjame
vivir mi vida –gritó con acaloramiento-.
La
chica asiática se levantó y se encerró en su cuarto, dando un fuerte portazo
para frustración de Jane. Ella se acercó a la ventana mientras las luces de la
casa parpadeaban sobre su pelo rubio y vio como comenzaba la tormenta. El cielo
estaba oscuro y sólo se iluminaba por los relámpagos. Empezó a tener escalofríos,
su instinto la decía que algo iba a ocurrir.
Volvió
a la cama con su gato, quería reflexionar sobre su vida mientras oía la melodía
de la lluvia contra el cristal de su ventana.